John Toland narra en su libro un momento emotivo en la vida de Hitler. El 3 de agosto de 1939, durante el Festival Wagner, tuvo un encuentro entre el Führer y su amigo de juventud Kubizek. Un oficial de las SS acompañó a Kubizek hasta Hitler, quien le tomó sus dos manos. Kubizek apenas podía hablar de la emoción. Kubizek sacó un grueso manojo de tarjetas con fotografías del Führer y le preguntó si podía firmarlas para sus amigos. Hitler se puso las gafas y firmó obedientemente las postales. Después Hitler le llevó por el jardín que conducía a la tumba de Wagner y le dijo a su amigo:
- Me siento feliz de que nos encontremos una vez más en este lugar, que siempre ha sido para nosotros dos el sitio más venerable.
En el epílogo del libro de Kubizek nos cuenta éste las veces que se encontró con Hitler una vez se convirtió en canciller. Podemos imaginar lo especial que tuvo que ser para los dos el reencuentro. Desde que separaron sus destinos, siendo unos jovenzuelos llenos de ilusiones, no se habían visto. Y ahora, Hitler era el flamante canciller del Reich y uno de los hombres más poderosos y famosos del mundo. Se me antoja muy interesante el hecho, ya que nos dice mucho de la personalidad de Hitler. Éste se mostró siempre con bastante modestia, lejos de la arrogancia que podría mostrar. Es importante notar que Kubizek no se diera a conocer alardeando de haber sido amigo de Hitler cuando más lo pudo hacer. Ello nos indica que fueron amigos de verdad. Dejemos que sea el propio Kubizek quien narre su experiencia:
- A las dos se presentó un oficial de las SS en mi alojamiento y me invitó a seguirle. No había un gran trecho hasta Wahnfried. En el vestíbulo de la casa me aguardaba el Obergruppenführer Julius Schaub, quien me condujo a vestíbulo mayor en la que se hallaban numerosas personalidades que conocía por haberlas visto en Linz o en las revistas ilustradas. La señora Winifred Wagner sostenía allí una animada charla con el ministro del Reich Hess. El Obergruppenführer Brückner charlaba con el señor Von Neurath y unos generales. Había muchos militares en la sala y de repente recordé que la situación política estaba muy tensa, sobre todo por lo que hacía referencia a Polonia y que continuamente se hablaba de tener que tomar una decisión por la fuerza. En aquel ambiente tan cargado me encontraba muy desplazado y aquella sensación que ya me había dominado en el vestíbulo del Hotel Weinzinger se volvió a apoderar de mi. No cabía la menor duda de que el Reichskanzler, antes de regresar a la capital, quería intercambiar unas palabras conmigo. Mientras el corazón me latía rápidamente, traté de encontrar unas palabras de agradecimiento. El ayudante que estaba de guardia a la misma hizo una señal al Obergruppenführer Schaub, a lo cual éste se acercó a mi y me acompañó hasta la puerta en cuestión. Abrió la puerta y anunció: "¡Mi Führer, el señor Kubizek!" Dio unos pasos atrás y cerró la puerta a mis espaldas. Yo estaba a solas con el Canciller del Reich.
Sus claros ojos brillaban por la alegría de nuestro encuentro. Con rostro resplandeciente avanzó hacia mí. Nada permitía adivinar en aquel momento la gigantesca responsabilidad que cargaba sobre sus hombros. A mí me dio la impresión de ser uno más de los invitados que habían asistido a los Festivales. Aquella atmósfera de felicidad que se respiraba por doquier en Bayreuth también le había prendido a él. Me cogió la mano derecha entre las suyas y me dio la más cordial bienvenida. Aquel saludo íntimo en un lugar tan sagrado me conmovió tan profundamente que apenas tenía fuerzas para hablar. Mis palabras de agradecimiento debieron sonar ridículas y emití un suspiro de alivio cuando dijo "¡Sentémonos!"
Durante el encuentro, los dos viejos amigos hablaron de los viejos tiempos, de las representaciones de Wagner que vieron. Hitler también se mostró muy satisfecho porque dijo que ahora el pueblo podía acudir al Festival. Y Hitler le dijo:
- Ahora le tengo a usted como testigo aquí en Bayreuth, Kubizek, puesto que es el único que sabe que desarrollé por primera vez estos pensamientos cuando todavía era un hombre pobre y desconocido. Por aquel entonces me preguntó usted cómo pensaba desarrollar estos planes. Y ahora es testigo de la realización de los mismos.
Después Hitler le presentó a su amigo a Winifred Wagner. Hitler enseñó a su amigo el piano de cola de Wagner y la grandiosa biblioteca. Hitler también le presentó a la señora Wagner. Entonces Hitler recordó el episodio vivido junto a su amigo y que ya relaté en el blog: http://www.estudiodehitler.com/2010/02/la-vision.html y Hitler dijo en ese momento:
- ¡Fue entonces cuando todo empezó!
Al despedirse de su amigo, Hitler le dijo:
- Quiero tenerle siempre aquí a mi lado.
Recomiendo leer las memorias de Zubizek, tituladas "Adolf Hitler, mi amigo de juventud". Nos rebelan muchos e interesantes datos sobre la personalidad de Hitler. Nos hacen ver que Hitler fue una persona perfectamente capacitada para la amistad y no como el ser huraño y huidizo que nos quieren presentar.