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25 de mayo de 2013

¿Fue Hitler un dirigente débil?



La pregunta da para encendidos debates. He elegido la introducción del libro de David Irving "La Guerra de Hitler" porque creo que sintetiza muy bien varios debates, como el del título. Todo el texto que sigue es del propio Irving:

"A los historiadores se les ha concedido un poder que incluso a los dioses se ha denegado: alterar los hechos ya ocurridos" 

Así comienza el polémico David Irving su famoso libro "La Guerra de Hitler". Irving continúa así:

- Tuve muy presente esta sarcástica frase cuando, a fines de 1964, me embarqué en el estudio de los años de guerra de Hitler. Estimé que mi función sería la propia del encargado de limpiar la piedra de una fachada, por cuanto mi principal preocupación no sería tanto la palabrera y subjetiva apreciación arquitectónica, cuanto la de quitar la suciedad y reavivar los colores de un silencioso e imponente monumento, sin saber de antemano si el monumento, una vez puesto de manifiesto, resultaría tan horroroso que más valdría apartar de él la vista.

En anteriores libros, me basé en las fuentes originarias de la época en cuestión antes que en la literatura publicad sobre el tema. Ingenuamente supuse que podía aplicar la misma técnica al estudio de Hitler, con el fin de terminar el trabajo en el plazo de cinco años, sin siquiera sospechar que tardaría once en dejar al descubierto la pétrea base formada por los hechos, sobre la que se construyó la leyenda de Hitler. Pero tengo el convencimiento de que la dura labor de rascar ha revelado una imagen de aquel hombre, que, hasta el momento presente, nadie podía imaginar.

La conclusión a que llegué al terminar mis investigaciones me sorprendió a mi mismo: si bien es cierto que Adolf Hitler fue un jefe militar firme e implacable, tampoco cabe negar que, durante los años de guerra, se comportó como un líder político blando e indeciso que permitió que los negocios del Estado anduvieran a la deriva. En realidad, Hitler fue probablemente el dirigente político más débil que haya tenido Alemania en el presente siglo. A pesar de que a menudo reaccionaba brutalmente y carecía de sensibilidad, Hitler no sabía ser despiadado en los momentos más necesarios. Por ejemplo, se negó a ordenar el bombardeo de Londres hasta que tuvo que adoptar forzosamente tal decisión, a fines del verano de 1940. Se mostró remiso a imponer la dura prueba de la total movilización a la alemana "raza de amos" hasta el momento en que fue demasiado tarde para que tuviera eficacia, de modo que, mientras las fábricas de municiones reclamaban a gritos el aumento de su fuerza de trabajo, ociosas amas de casa alemanas seguían dando empleo a medio millón de servidoras domésticas, dedicadas a quitar el polvo y dar brillo a los muebles de sus hogares. La indecisión militar de Hitler también quedó de relieve, por ejemplo, en sus aterradas vacilaciones en los tiempos de crisis, cual la de la batalla de Narvik, en 1940. Durante un periodo excesivamente largo, impuso ineficaces medidas contra sus enemigos en el interior de Alemania, y al parecer fue incapaz de valiosas decisiones contra la fuerte oposición existente en el seno de su propio alto mando. Toleró a ministros y a generales incompetentes mucho más tiempo que los dirigentes aliados lo hicieron. Tampoco supo unir a las enfrentadas facciones del partido y de la Wehrmacht, para que lucharan juntas por la causa común, y fue incapaz de aplacar el corrosivo odio que el OKH (Ministerio de la Guerra) sentía hacia el OKW (el alto mando de la Wehrmacht). 

Creo que en este libro demuestro que cuanto más se aislaba Hitler mediante las alambradas y los campos de minas que rodeaban su lejano cuartel general militar, más se convertía Alemania en un Führer-Staat sin Führer. La política interior estaba dominada por aquellos que más poderosos fueran en cada sector, por Hermann Göring, en su calidad de jefe del poderoso organismo económico del plan cuatrienal; por Han Lammers como jefe de la cancillería del Reich; por Martin Bormann, el jefe del partido, o por Heinrich Himmler, ministro del Interior y Rechsführer de las SS de negro uniforme. 

La gran complejidad del carácter de Hitler queda de relieve al comparar su extremada brutalidad, en algunos aspectos, con su casi ridículo sentimentalismo y su tozuda fidelidad a convencionalismos militares abandonados largo tiempo atrás, en otros aspectos.

Tradicionalmente se estima que la demostración de lo negativo es siempre difícil; sin embargo, creo que vale la pena intentar desacreditar ciertos dogmas aceptados, aunque sólo sea para poner de relieve la escasa credibilidad de muchas leyendas acerca de Hitler, actualmente en circulación. 

El mayor problema que se plantea en el momento de dar un tratamiento analítico a Hitler es la aversión hacia él, como persona, creada por años de intensa propaganda bélica, y por una emotiva historiografía de posguerra. 

Las caricaturas de los dirigentes nazis han influido perniciosamente en las obras de historia, desde aquellos tiempos. A los autores les ha resultado imposible despojarlos de su satánica manera de ser. Ante el fenómeno del propio Hitler, los historiadores son incapaces de comprender que era un ser humano normal y corriente, que caminaba y hablaba, pesaba unas 155 libras, tenía el cabello entrecano, los dientes postizos en su mayor parte, y padecía de crónicos problemas digestivos. Para ellos, Hitler es la encarnación de Satanás. Después de su muerte, el proceso de satánica mitificación de Hitler aumentó todavía más. En los procesos de Núremberg, la culpa pasó del general al ministro, del ministro al dirigente del partido, y de todos ellos, invariablemente, a Hitler. Bajo el sistema de editores "con licencia", tanto en lo referente a libros como a periódicos, impuesto por los aliados a la Alemania de la posguerra, las leyendas gozaron de gran predicamento. Por absurdo que fuera, todo relato gozaba de crédito, y nadie ponía en tela de juicio la autoridad de los escritores que los pergeñaban. 

16 de marzo de 2013

El Anschluss y el encuentro de Hitler con su amigo de juventud


"Considero una predestinación feliz haber nacido en la pequeña ciudad de Branau sobre el Inn; situada precisamente en la frontera de esos dos Estados alemanes, cuya fusión se nos presenta - por lo menos a nosotros los jóvenes - como un cometido vital que bien merece realizarse a todo trance. La Austria germana debe volver al acervo común de la patria alemana, y no por razón alguna de índole económica. No, de ningún modo, pues, aun en el caso de que esa unión considerada económicamente fuese indiferente o resultase incluso perjudicial, debería llevarle a cabo a pesar de todo. Pueblos de la misma sangre corresponden a una patria común. Mientras el pueblo alemán no pueda reunir a sus hijos bajo un mismo Estado, carecerá de un derecho moralmente justificado para aspirar a una acción de política colonial. Sólo cuando el Reich, abarcando la vida del último alemán, no tenga ya la posibilidad  de asegurarle a éste la subsistencia, surgirá de la necesidad del propio pueblo la justificación moral de adquirir posesión sobre tierras en el extranjero. El arado se convertirá entonces en espada y de las lágrimas de la guerra brotará para la posteridad el pan cotidiano."

Así comienza Mein Kampf, Mi Lucha, de Adolf Hitler. Con esto, sobran las palabras sobre la importancia que daba Hitler a la unión de Austria y Alemania, el llamado Anschluss. El que lo consiguiera nos da una idea sobre el tesón y la voluntad del Führer. 

En una conferencia del partido, Hitler manifestó la intención de convocar una votación por toda Alemania y Austria el 10 de Abril para confirmar el Anschluss. Ésta era la pregunta:

- ¿Acepta a Adolf Hitler como nuestro Führer y, por tanto, acepta la reunificación de Austria con el Reich alemán como se efectuó el 13 de marzo de 1938?

El resultado desbordó al mismo Hitler. De los 49.493.028 con derecho a voto, votaron 49.279.104; y de éstos, 48.751.857 adultos (el 99.08%) confirmaron su apoyo a las medidas de Hitler. Tanta unanimidad resultaba casi desconcertante. 

Hitler dio instrucciones a Ribbentrop para que el ex canciller Schuschnigg recibiera un trato digno y se le proporcionara un refugio tranquilo en cualquier parte. Pero al cabo de unos años -como tantas otras órdenes de Hitler- esto acabó por olvidarse, y Schuschnigg fue internado en un campo de concentración hasta que le liberaron en 1945.

(El Camino de la Guerra, David Irving)

Puesto que considero la unión de Austria un hecho casi sentimental de Hitler, vamos a relatar lo que su amigo August Kubizek escribió al respecto:

- El 12 de marzo del año 1938 atravesó Adolf Hitler la frontera, exactamente por el mismo lugar en el que su padre había servido como funcionario de aduanas. El ejército alemán entraba en Austria. La noche del 12 de marzo habló Hitler desde el balcón del ayuntamiento de Linz, que seguía siendo todavía tan modesto y sencillo como en tiempos de nuestra juventud, a la población de la ciudad congregada en la Plaza principal. Me hubiera gustado dirigirme a Linz, para hablar con él, pero tenía tanto que hacer buscando alojamiento para las tropas alemanas, que no me fue posible abandonar Eferding. Pero cuando el 8 de abril llegó Hitler de nuevo a Linz y después de una manifestación política en los talleres de la fábrica de locomotoras Krauss se instaló en el Hotel Weinzinger, traté de entrevistarme con él. La plaza delante del hotel estaba llena de gente. Me abrí paso a través de la multitud hasta la línea de guardias y les dije a los hombres de las SA que quería hablar con el canciller del Reich. Estos me miraron en el primer momento con extrañeza, y me tuvieron, con seguridad, por un loco. Pero cuando les enseñé una de las cartas de Hitler, se desconcertaron y llamaron a un oficial. Cuando también éste hubo visto la carta, me dejó pasar en seguida y me acompañó hasta el vestíbulo del hotel.

El vestíbulo parecía un enjambre de abejas. Numerosos generales formaban grupos y comentaban los acontecimientos. Ministros del Estado, conocidos por las revistas ilustradas, altos funcionarios del partido y otras personas de uniforme entraban y salían. Los ayudantes, posibles de reconocer por sus brillantes charreteras, pasaban presurosamente por la estancia. Y todo este agitado movimiento giraba en torno a un solo hombre, él mismo, a quien yo quería también ver. Sentí que la cabeza me daba vueltas, y me di cuenta de que mi empresa carecía de sentido. Tenía que hacerme a la idea de que mi antiguo amigo de juventud era ahora el canciller del Reich, y que este cargo, el máximo en el Estado, había creado entre nosotros una distancia infranqueable. Los años en que yo era la única persona a la que él dedicara su amistad y a quien confiara los problemas más íntimos de su corazón, habían terminado de manera definitiva. En consecuencia, lo mejor sería alejarme de nuevo de allí y no interponerme por más tiempo el camino de estos elevados personajes, que con toda seguridad deberían atender a importantes misiones.

Uno de los ayudantes más destacados, Albert Bormann, a quien yo había transmitido mi deseo, vino a mi de nuevo al cabo de unos instantes y me participó que el canciller del Reich se encontraba algo indispuesto y que hoy no recibiría ya a nadie. Me rogaba venir de nuevo mañana al mediodía. Bormann me invitó luego a sentarme por unos momentos, pues quería hacerme algunas preguntas. Me preguntó, con voz doliente, si en su juventud el canciller se había acostado siempre tan tarde. En la actualidad no se acostaba jamás antes de la medianoche, y dormía hasta avanzada la mañana, en tanto que los que le rodeaba, que por la noche debían seguir el ejemplo del canciller, debían levantarse temprano también a la mañana siguiente. Bormann se lamentó también de los accesos de cólera de Hitler, a los que nadie podía hacer frente, así como de la extraña alimentación del canciller, que consistía en manjares sin carne, platos a base de harinas y zumos de frutas. ¿Era ésta también la costumbre del canciller en su juventud?

Yo contesté afirmativamente, pero añadí que entonces solía comer también carne. Con ello me despedí. Este Albert Bormann era un hermano del conocido dirigente del Reich Martin Bormann.

Al día siguiente me dirigí de nuevo a Linz. Toda la ciudad estaba en pie. En todas las calles se agolpaba la multitud. Conforme iba acercándome al hotel Weinzinger, tanto más compacta se hacía la masa. Finalmente, pude abrirme paso hasta el hotel y ocupé de nuevo un sitio en el fondo del vestíbulo. La excitación y la agitación eran aún mayores que el día anterior. El día de hoy era el fijado para el plebiscito anunciado para Austria. Es fácil de imaginarse que en torno a la persona de Adolf Hitler se concentraban todas las decisiones. De todas formas, no hubiera podido encontrar una oportunidad menos favorable para este reencuentro. Calculé mentalmente. A principios de julio de 1908 nos habíamos despedido en el vestíbulo de la estación del Oeste. Hoy era el 9 de abril de 1938. Habían transcurrido, pues, exactamente treinta años entre aquella inesperada separación en Viena y el encuentro de hoy, caso de que ésta pudiera llegar a realizarse. Treinta años -¡la vida entera de un hombre!- ¡Y qué acontecimientos más trascendentales no habían traído consigo estos treinta años!

Yo no me hacía la menor ilusión de lo que habría de suceder, si es que Hitler sentía realmente el deseo de verme. Un breve apretón de manos, quizá un familiar golpecito en la espalda, un par de apresuradas palabras, dichas entre la puerta y el dintel, y con ello tendría que darme por satisfecho. Me había preparado también cuidadosamente un par de palabras adecuadas. Lo que me causaba ciertas preocupaciones era la manera como debía dirigirme a él. Era imposible dirigirme al canciller del Reich como "Adolf". Sabía bien cuán penoso le era cualquier falta de protocolo. Lo mejor sería atenerse a la interpelación generalmente utilizada. Pero Dios sabría si llegaría a tener siquiera ocasión de recitar el "discurso" preparado.

Lo que luego tuvo lugar va unido lógicamente en mi recuerdo a la emoción del momento. Cuando Hitler salió repentinamente de una de las habitaciones del Hotel Weinzinger, me reconoció al instante y me tomó del brazo, dejando plantado a su séquito y saludándome con un alegre "¡He, Gustl!"

Recuerdo todavía cómo tomó entre sus dos manos mi mano derecha, extendida hacia él, y cómo sus ojos, claros y penetrantes como en otros tiempos, se clavaron en mí. Lo mismo que yo, estaba él también visiblemente emocionado. Pude adivinarlo en el timbre de su voz.

Los dignos personajes del vestíbulo nos miraron a los dos con asombro. Nadie conocía a este extraño hombre de civil a quien el Führer y canciller del Reich saludaba con una cordialidad que muchos me envidiaban, con toda seguridad, en estos momentos.

Finalmente, pude recobrar de nuevo la serenidad y declamé las palabras preparadas. Él me escuchó atentamente mientras sonreía ligeramente. Cuando hube terminado, asintió con la cabeza, como si quisiera decir: "¡Bien aprendido, Gustl!", o incluso quizá: "Mi amigo de la juventud me habla ahora como todos los demás". A mi, sin embargo, que parecía fuera de lugar cualquier muestra de confianza que partiera de mí. Después de una breve pausa, me dijo: "Venga usted".

Es posible que con mis estudiadas palabras no me aplicara ya aquel "tú", utilizado por él en su carta del año 1933. Pero, hablando con franqueza, me sentí aliviado cuando le oí dirigirse a mí de "usted".

El canciller del Reich me procedió hasta el ascensor. Subimos hasta el segundo piso del hotel, donde se encontraban sus habitaciones. Su ayudante personal abrió la puerta. Entramos en ellas. El ayudante salió de la estancia. Estábamos solos. Nuevamente tomó Hitler mi mano, me miró fijamente durante largo rato y dijo:

- Su aspecto es exactamente igual al de entonces, Kubizek. Le hubiera reconocido al instante en cualquier parte. No ha cambiado, solo ha envejecido. 

Después me llevó hasta la mesa y me invitó a sentarme ante ella. Me aseguró cuánto se alegraba de volver a verme al cabo de tanto tiempo. Le había complacido especialmente mi felicitación, pues yo era quien mejor sabía cuán difícil había sido para él el camino. Esta ocasión no era ciertamente la más favorable para una larga conversación, pero confiaba que en el futuro habría de presentarse ocasión para ello. Él ya me lo haría saber. No era aconsejable escribirle a él directamente, pues las cartas que se le escribían no llegaban, muchas veces, siquiera a sus manos, pues debían ser previamente seleccionadas para descargar su trabajo.

- Yo no tengo ya vida privada como en aquellos tiempos, ni puedo hacer tampoco lo que quiero, como cualquier otra persona.

Así diciendo se levantó y se acercó a la ventana, que ofrecía una perspectiva sobre el Danubio. Seguía allí todavía el viejo puente de tirantes, que tanto le había enojado ya en su juventud. Como era de esperar, se refirió inmediatamente a él.

- ¡Este feo camino! -exclamó- sigue todavía aquí. Pero no por mucho tiempo, se lo aseguro a usted, Kubizek.

Con ello, se volvió de nuevo a mi y sonrió:

- A pesar de todo, me gustaría cruzar una vez más este puente en su compañía. Pero esto no es posible ya, pues allí donde yo aparezco, todos vienen detrás de mí. Pero, créame, Kubizek, es mucho lo que me propongo hacer todavía en Linz.

Esto no lo sabía nadie mejor que yo. Como era de esperar, me expuso de nuevo todos aquellos proyectos que le ocuparan en su juventud, como si entre tanto no hubieran transcurrido treinta, sino a lo sumo tres años.

Poco antes de haberme recibido a mí había recorrido en coche la ciudad, para informarse acerca de las modificaciones que habían sufrido sus edificaciones. Ahora me expuso los distintos proyectos. El nuevo puente sobre el Danubio, que debía llevar el nombre de "Puente de los Nibelungos", debía ser una obra de arte. Me refirió con detalle la ejecución de las dos cabezas del puente. Después me habló -yo me sabía ya desde un principio el orden de continuidad- del Teatro Municipal, que debería recibir ante todo un nuevo escenario. Cuando estuviera terminada la nueva Ópera, que habría de venir a sustituir la fea estación, el teatro sería utilizado solamente para las comedias y las operetas. Además, Linz necesitaba también una nueva sala de conciertos, si es que quería ser digna del nombre de una ciudad de Bruckner.

- Quiero que Linz ocupe una situación destacada desde un punto de vista cultural y crearé las condiciones necesarias para ello.

Yo pensé que con ello estaría terminada ya la entrevista. Pero Hitler pasó ahora a referirse a la creación de una gran orquesta sinfónica para Linz, y con ello la conversación dio un brusco giro hacia lo personal.

- "¿Qué ha sido de usted, realmente, Kubizek?"

Yo le expliqué que desde el año 1920 era un funcionario de la comunidad, actualmente en el cargo de un magistrado municipal.

- "¿Magistrado municipal - preguntó- qué significa esto?"

Ahora fui yo el desconcertado. ¿Cómo podía explicarle en pocas palabras lo que debía entenderse bajo este cargo? Busqué en mi vocabulario la expresión más adecuada para ello. Pero entonces me interrumpió:

- ¡Así pues, se ha convertido usted en un funcionario, un escribiente! Esto no es lo más adecuado para usted. ¿Adónde han ido a parar sus inclinaciones musicales?

Le contesté la verdad, que la guerra perdida me había lanzado por completo fuera de la órbita de mis inclinaciones. Si no quería pasar hambre, era forzoso cambiar de profesión. 

Hitler asintió gravemente y dijo luego:

- Sí, la guerra perdida.

Después fijó de nuevo en mí la mirada y dijo:

- Usted no acabará su tiempo de servicio como escribiente de la comunidad, Kubizek.

Por lo demás, me comunicó su interés por ver este Eferding, del que yo le hablaba.

Le pregunté si lo decía en serio.

- Naturalmente que iré a visitarle, Kubizek -confirmó-, pero mi visita será para usted solo. Entonces nos dirigiremos los dos juntos de nuevo hacia el Danubio. Aquí no es posible, pues no me dejan salir solo.

Quiso saber si me ocupaba de la música con el mismo celo de antes.

Ahora habíamos llegado a mi tema favorito y así pasé a referirle con todo detalle la vida musical en nuestra pequeña ciudad. Temía que, a la vista de los trascendentales problemas sobre los que había de decidir en aquel entonces, mi informe habría de aburrirle. Pero me había equivocado. Cuando, para ganar tiempo, le refería algo solo por encima, le atajaba inmediatamente:

- ¡Qué dice, Kubizek, incluso sinfonías ejecutan ustedes en esta pequeña Eferding! Esto es maravilloso. ¿Qué sinfonías han ejecutado ustedes?

Yo anoté: la "Inacabada" de Schubert, la Tercera de Beethoven, la Sinfonía de Júpiter, de Mozar, la Quinta de Beethoven.

Hitler quiso saber el número y composición de los ejecutantes de mi orquesta, se mostró asombrado por mis datos y me felicitó por mis éxitos.

- Tengo que ayudarle a usted, Kubizek -exclamó-; redácteme usted un informe y dígame qué es lo que le hace falta. ¿Y cómo le va a usted personalmente? ¿No tiene usted ninguna necesidad?

Le contesté que mi cargo me permitía una existencia ciertamente modesta, pero enteramente satisfactoria, y que en consecuencia no tenía que pedirle ningún favor personal. 

Levantó la mirada sorprendido. Que alguien no tuviera nada que pedirle, parecía ser algo poco corriente para él.

- ¿Tiene usted hijos, Kubizek?

-¡Si, tres hijos!

- Tres hijos, repitió conmovido.

Repitió varias veces estas palabras y con el rostro muy serio.

- Tres hijos tiene usted, Kubizek. Yo no tengo familia. Estoy solo. Pero quisiera poder preocuparme de sus hijos.

Tuve que contarle con detalle de mis hijos. Quería saber todos los detalles. Se alegró al saber que todos estaban dotados musicalmente y que dos de ellos eran también hábiles dibujantes.

- Yo me hago cargo de la tutela para la instrucción de sus tres hijos, Kubizek - me dijo - ; no quisiera que otros seres jóvenes y dotados tuvieran que seguir el mismo penoso camino que seguimos nosotros. Ya sabe usted, lo que tuvimos que sufrir en Viena. Y para mí, los tiempos más difíciles empezaron tan solo después de que nuestros caminos se habían ya separado. Allí donde yo puedo ayudar personalmente, ayudo. ¡y mucho más si se trata de sus hijos, Kubizek!

Quiero añadir en este lugar, que el canciller del Reich costeó, efectivamente, los gastos de la educación musical de mis tres hijos en el Conservatorio Bruckner de Linz a través de su oficina, y que por disposición suya los trabajos de dibujante de mi hijo fueron enjuiciados por un profesor de la academia en Munich.

Yo había contado simplemente con un apretón de manos, y ahora, llevábamos ya, en realidad, más de una hora juntos.

El canciller del Reich se levantó. Creí que la conversación habría terminado, y me levanté también. Hitler, sin embargo, hizo entrar a su ayudante y le dio las disposiciones relativas a mis hijos. Aquel le llamó entonces la atención sobre las cartas que yo conservaba todavía de los tiempos de nuestra juventud. 

Ahora tuve yo que extender las cartas, tarjetas y dibujos encima de la mesa. Su asombro fue grande al ver el considerable número de estos recuerdos. Quiso saber cómo se habían conservado estos documentos. Yo le hablé del cofre pintado de negro conservado en el desván, con su bolsa en la tapa y el sobre con la anotación "Adolf Hitler". Contempló atentamente la acuarela del Pöstlingberg. Había algunos hábiles pintores, que sabían copiar tan exactamente sus actuaciones, que éstas no podían distinguirse ya del original, me refirió. Estas gentes mantenían un fructífero  negocio y encontraban en todas partes tontos que caían en este engaño. Lo mejor sería no soltar de la mano este original.

Como ya en cierta ocasión habían intentado arrebatarme este material, le pregunté al canciller del Reich su opinión sobre este particular.

- Estos documentos son propiedad exclusiva suya, Kubizek - me contestó - ; nadie podrá nunca discutírselos. 

La conversación versó después sobre el libro de Rabitsch. Había sido alumno de la escuela real de Linz algunos años más tarde que Hitler, y escrito, probablemente con la mejor intención, un libro sobre la época escolar de aquel. Pero Hitler estaba muy indignado por ello, dado que Rabitsch no le había conocido siquiera personalmente.

- Vea usted, Kubizek, desde el principio estuve disconforme con ese libro. Solamente puede escribir sobre mí alguien que me conociera realmente. Y si alguien es aquí el más indicado, éste es usted, Kubizek.

Y volviéndose a su ayudante, añadió:

- Tome usted en seguida nota de ello.

Con ello tomó de nuevo mis manos:

- Ya ve usted, Kubizek, cuán necesario es que nos veamos más a menudo. Cuando me sea posible le llamaré a usted de nuevo.

La entrevista había terminado. Como embriagado abandoné el hotel.

Nota: las fotografías que acompañan este post no tienen nada que ver con el encuentro de Kubizek con Hitler. Lamentablemente, o no existen, o yo no las he visto nunca. 

11 de diciembre de 2011

El Camino de la guerra, David Irving

En el blog hemos hablado mucho sobre David Irving. Pero no he comentado uno de sus libros más famosos, El camino de la guerra. Voy a resaltar alguna frase significativa del libro:

- Hitler se convirtió en un dirigente más o menos político, descuidado e indeciso, que dejaba paralizados muchos asuntos de estado. Aunque a menudo se mostraba brutal e insensible, no tenía la habilidad de ser despiadado cuando más falta hacía. Se negó a bombardear Londres hasta que Churchill le forzó a tomar esa decisión a finales de agosto de 1940.

- Se opuso a todos los intentos de utilización de gases venenosos porque habría violado la Convención de Ginebra.

- El mayor problema que nos plantea dar un tratamiento analítico a la figura de Hitler, es la aversión que nos produce después de muchos años de propaganda bélica, y después de toda la emotiva historiografía de la posguerra.

- Ante el fenómeno del mismo Hitler, los historiadores son incapaces de comprender que era una persona normal y corriente, que daba paseos, que hablaba, que pesaba alrededor de setenta kilos, que tenía el cabello entrecano, casi todos los dientes postizos, y que sufría graves problemas digestivos. Para ellos Hitler es la encarnación del demonio, y así tiene que ser; sobre todo, por los sacrificios que tuvimos que hacer para destruirle.

- Al final, con una Alemania sumida de nuevo en la derrota, sus enemigos tuvieron que recurrir a unos métodos punitivos totalmente draconianos,, como juicios masivos, confiscaciones, expropiaciones, internamientos y programas de reeducación, para poder arrancar las semillas que Hitler había sembrado.

- Se puede decir muy poco con seguridad sobre el trato que había entre Hitler y Himmler. Este solía hacer listas, con su estilo pedante y torturado, con los temas que quería tratar con el Führer, a los que a veces añadía decisiones que Hitler tomaba en cada caso. Estas notas revelan la existencia de unos vacíos tan sorprendentes que podemos arriesgarnos a pensar que Himmler mantenía al Führer en la ignorancia de muchas de sus nefastas decisiones. 

- Estoy absolutamente convencido de que a un obrero le bastan diez minutos a la semana en compañía del Führer para multiplicar por diez su capacidad de trabajo. (Declaración de Fritz Todt).

- El sábado se convirtió en el día preferido por Hitler para dar sus golpes de teatro.

- Las primeras impresiones que Wilson comunicó a Roosevelt fueron sobre el carácter del rostro del Führer, las manos artísticas y delicadas, la sencillez, la franqueza y la modestia.

- Hitler dio instrucciones a Ribbentrop para que el ex canciller Schuschnigg recibiera un trato digno y se le proporcionara un refugio tranquilo en cualquier parte. Pero al cabo de unos años -como tantas otras órdenes de Hitler- esto acabó por olvidarse, y Schuschnigg fue internado en un campo de concentración hasta que le liberaron en 1945.

- Vemos a Hitler estudiando la posibilidad de fabricar cigarrillos sin nicotina; unos cuantos días después decide que no se fumará más en el Berghof.

- Este era el "dictador del pueblo": amigo de las artes, benefactor de los necesitados, defensor del inocente, perseguidor del delincuente.

- Cualquier miembro del personal de Hitler que tuviera la intención de casarse antes debía pedirle permiso, desde el más augusto mariscal de campo hasta el más humilde cabo.

- El mismo desfile de cumpleaños demostró la gran capacidad de resistencia física que tenía Hitler. Las tropas, los transportes, la artillería y los tanques, marcharon durante cuatro horas en medio de un gran estruendo por delante de la tribuna. Su secretaria Schroeder escribiría después "El desfile de ayer fue gigantesco y parecía que no acababa nunca... No dejo de preguntarme de donde demonios saca las fuerzas, porque debe de ser condenadamente agotador estar de pie saludando durante cuatro horas. Estábamos rendidos sólo de mirarle... por lo menos yo."

- Los archivos médicos que hay sobre él muestran que su sangre era del tipo A. Tenía la piel pálida y de textura fina; tenía el pecho y la espalda blancos y sin vello. El cráneo era pálido y simétrico, con una expresión que, según sus médicos, tenía "una intensidad que dominaba y cautivaba". El ojo izquierdo era un poco más grande que el derecho; tenía los ojos azules con una leve sombra de color gris. Siempre tuvo un poco de exoftalmia, salida de los globos oculares.

-"Era inconstante, unas veces inquieto y otras peculiar, distraía con facilidad. Emocionalmente era muy lábil; sus predilecciones y aversiones eran muy pronunciadas. El flujo de su pensamiento mostraba continuidad. Su forma de hablar no era lenta ni rápida y siempre era apropiada" No presentaba ningún síntoma común de demencia. Los médicos concluían diciendo que en Hitler "no estaban presentes alucinaciones, ilusiones, ni inclinaciones paranoicas".

- Este era el escudo que protegía a Hitler en 1939: era un dictador por consenso; a un asesino jamás le habrían perdonado ni comprendido. Esta férrea solidaridad entre el Führer y el pueblo persistió hasta el final, a pesar de lo que han fingido las generaciones posteriores.

- Desde febrero de 1938 el control del personal militar de Hitler se puso en manos de Rudolf Schmundt. Este coronel del ejército con orejas muy grandes y nacido en Metz hacía cuarenta y dos años había recibido una preparación impecable en un famoso regimiento de Potsdam, y se mostraba muy inclinado hacia el nacionalsocialismo. Tenía veneración por Ludwig Beck hasta que la disputa suscitad por el general contra el sistema de mando del OKW hizo imposible que siguiera con aquella admiración. Desde junio de 1937 el ayudante de Hitler para la Luftwaffe fue el capitán Nicolaus von Below, un tranquilo pomerano de treinta y un años que había recibido en secreto un entrenamiento de vuelo en Lipetsk, en la Unión Soviética, y que en 1935 se convirtió en el ayudante del escuadrón de Richthofen. A partir de mayo de 1938 Hitler tuvo como ayudante del ejército de tierra al capitán de treinta y tres años Gerhard Engel; con su descaro y buen humor se ganó el favor de los mandos más bajos, pero no siempre tuvo el de Hitler (que le enviaría al frente en 1943).



Frases de Hitler incluidas en el libro:

- Soy incapaz de decir una mentira para mi provecho, pero no hay falsedad que no esté dispuesto a cometer en beneficio de Alemania.

- Cuando en enero de 1933 tomé posesión del gobierno, creí que me esperaba un camino ancho y bien pavimentado. Pero este camino no tardó en estrecharse y el estado del firme empeoró. Pronto se convirtió en un estrecho sendero, y hoy tengo la sensación de que avanzo por centímetros en una cuerda floja, soportando nuevas cargas, un día por la derecha y otro día por la izquierda. 

- Me tiene sin cuidado lo que diga la posteridad.

- Nos hemos equivocado de bando en España. Habríamos hecho mejor apoyando a los republicanos. Ellos representan al pueblo. Siempre se hubiera podido convertir a esos socialistas en buenos nacionalsocialistas. Franco está rodeado de clérigos reaccionarios, aristócratas y ricachones, gente que no tiene nada que ver con nosotros, los nacionalsocialistas.

- Soy contrario al uso de la pena de muerte porque es irreversible. La pena de muerte debería reservarse solo para los crímenes más graves, especialmente los políticos.

- Nunca sabrá qué es lo que pienso de verdad. Ni siquiera mis colaboradores más próximos, y eso que ellos están convencidos de saberlo. (Hitler al general Halder)

-  A los verdaderos soldados no se les reconoce por sus victorias, sino después de sus derrotas.

- Pero quiero dejar algo muy claro. Las iglesias pueden decidir lo que les ocurrirá a los alemanes en la otra vida, pero es la nación alemana y su Führer los que ahora deciden. Nuestra nación no fue creada por Dios para que el clero la rompa en pedazos.

- Me parece absurdo hacer del Cielo algo atractivo si la misma Iglesia nos dice que solo los que no lo han hecho tan bien en la vida podrán entrar en él, como por ejemplo los retrasados mentales y similares. No será muy bonito que cuando entremos en él encontremos a toda esa gente que -a pesar de su beatitud: "Bienaventurados los pobres de espíritu" - ya han sido una bendita molestia cuando estaba viva. Qué clase de atractivo es éste si ahí arriba no vamos a encontrar más que mujeres feas y mentalmente insípidas.

- El periodo clásico constituyó una época de ilustración. Con el comienzo del Cristianismo se detuvo la investigación científica, y en su lugar se empezó a investigar en las visiones de los santos, y no en las cosas que Dios nos ha dado. Investigar la naturaleza se convirtió en un pecado.

- En cuanto a la crueldad, el Cristianismo tiene todos los récords. El Cristianismo es la venganza del judío errante. Dónde estaríamos hoy si no hubiera existido el Cristianismo: tendríamos la misma inteligencia, pero nos habríamos evitado un vacío de mil quinientos años... Lo terrible es que millones de personas creen, o actúan como si creyeran, en todo esto: fingen creerlo todo. Si hubiéramos sido mahometanos, hoy el mundo sería nuestro.

- La libertad, la igualdad y la fraternidad son una verdadera tontería. La libertad excluye automáticamente la igualdad, porque la libertad conduce automáticamente al adelanto de los más sanos, de los mejores y de los más hábiles, y por eso hay menos igualdad.

- Todo lo que hago se dirige contra Rusia. Si occidente se muestra incapaz de comprender esto, entonces me veré obligado a llegar a un acuerdo con los rusos y volverme contra occidente primero para después dirigir todas mis fuerzas contra la URSS.

- En realidad no soy un político.

- Emprenderé cada operación de tal manera que las mujeres y los niños nunca sean el objetivo ni las víctimas. 




31 de enero de 2011

El triunfo militar más importante de Hitler

El propio Hitler admitió los motivos por los que atacó a Rusia:

- Lo que me confirmó mi decisión de atacar a Rusia sin más tardanza, fue la información traída por una misión alemana, que volvía de Moscú, de que una fábrica rusa producía por si sola más blindados que todas nuestras fabricas juntas. Sentía que era el último límite. Sin embargo, si alguien me hubiera dicho que los rusos disponían de diez mil tanques, hubiese contestado "¡Está usted completamente loco!"

- En el momento del Pacto, los rusos manifestaron deseos de poseer los planos de cada uno de nuestros barcos. No tuvimos más remedio que mostrarles invenciones, algunas de las cuales representaban para nosotros veinte años de experimentos. 

- En la técnica de los armamentos, seremos siempre superiores a los demás. Pero debemos conservar la lección de los acontecimientos y tener cuidado de que después de la guerra, no se permita a los otros penetrar en nuestros secretos. Ninguna novedad podrá salir sin una autorización especial concedida por un despacho ad hoc, incluso en lo que concierne a los países con los cuales estemos unidos por acuerdos. 

Tan cierta es esta última afirmación, que los aliados, especialmente americanos y rusos, comenzaron su carrera armamentística con la ayuda de científicos alemanes capturados al final de la guerra. 

En los interrogatorios de Nüremberg, Alfred Jodl, dijo de Hitler:

- No cabe duda de que muchas grandes decisiones suyas impidieron que perdiéramos la guerra antes. Uno de sus mayores aciertos fue la decisión de ocupar Noruega. Otra gran hazaña suya fue la decisión de atacar a Francia por Sedán, que tomó por su cuenta y riesgo, y contra la recomendación de su Estado Mayor, que le había instado en pleno a seguir el llamado "Plan Schlieffen", un ataque envolvente por la costa holandesa. Fue también una destacada hazaña personal, pero su triunfo militar más importante puede que fuera su intervención personal para detener la retirada alemana en el este en noviembre de 1941. Ningún otro lo habría conseguido.Allí ya se había desatado el pánico. Habría podido producirse fácilmente el mismo desastre que había caído sobre el ejército francés en la campaña de 1812.

El historiador Ian Kershaw asegura que "superar la crisis de invierno había sido otro  nuevo triunfo de la voluntad, comparable, en opinión de Hitler, a su ascensión al poder". Es habitual en Kershaw hacer juicios personales y expresar sus opiniones. Esta vez dice que "nunca llegó a penetrar en su cabeza la idea de que la pretensión de dejar fuera de combate a la Unión Soviética en unos pocos meses había sido un disparate, ni de que la estrategia global de "Barbarroja" hubiese estado viciada desde el principio; ni que sus propias intromisiones constantes hubiesen complicado los problemas del mando militar...Pero la crisis se había superado. Estaba convencido  de que habían sido sus dotes de mando  las que habían salvado al ejército  del destino de las tropas de Napoleón. Habían sobrevivido al invierno ruso."

David Irving resulta más amable con Hitler:

- En los tenebrosos meses de aquel invierno, Hitler demostró su voluntad de hierro  y su hipnótica capacidad de mando... Cuando los generales solo veían la salvación en una ignominiosa retirada, Hitler les decía que defendieran firmemente el terreno en que se hallaban, hasta que el deshielo primaveral detuviera la ofensiva soviética. Cuando los generales se resistieron a estas órdenes, las discutieron y las desobedecieron, Hitler los destituyó y desprestigió, y tomó personalmente el mando del ejército alemán, hasta conseguir que, poco a poco, un nuevo espíritu prevaleciera en el frente del Este. 

Irving continúa con una anécdota que nos da una idea de la capacidad de Hitler de dar ánimos:

- La capacidad de influir en los demás de que Hitler gozaba , era muy notable. Recibió la noticia de que una división había iniciado la retirada. Hitler llamó por teléfono al comandante de dicha unidad. La agobiada voz del general, apenas un murmullo, le llegó desde una inhóspita y helada zona selvática, situada a centenares de millas de distancia. Hitler le reprendió: "¡Sabe perfectamente que treinta millas más atrás hace el mismo frío que en el lugar en que se encuentra! ¡La vista del pueblo alemán está fija en usted!" Esas breves palabras infundieron nueva firmeza en el general, y la división conservó su terreno. 

Cuando la crisis del invierno pasó, Hitler comentó aliviado:

- "¡Primero la nieve, después el hielo!". Eso es todo lo que se podía leer en los libros que hablan de Rusia. Hilger mismo no me había dicho nada más. Tenemos pues, la prueba de que no hay que fiarse de todas esas observaciones . Evidentemente, es fácil calcular las temperaturas medias, fundándose  en los resultados de varios años, pero sería indispensable añadir que cualquier año las diferencias de temperatura, pueden ser, y con mucho, más grandes que lo máximo previsible. 

- El mazazo, para nosotros, fue esta situación completamente imprevista y el hecho de que nuestros soldados no estaban equipados para las temperaturas que tuvieron que afrontar. Por otra parte, la táctica de nuestro mando no pudo adaptarse a las nuevas condiciones. Hoy soportamos las brechas de los rusos sin movernos y permanecemos en nuestras posiciones. Detrás de nuestras líneas , o serán destruidos, o se debilitarán poco a poco por falta de suministro. Hay que tener los nervios de sólidos para servirse de una táctica semejante. Puedo decir abiertamente  que el señor que me precedió no tenía los nervios que hacen falta. Los generales deben ser duros, sin piedad, animosos como perros de presa: hombres ásperos, como tengo en el Partido. Esos son los soldados que se imponen en tal situación. 

- De no ser por el hielo, habríamos continuado nuestra carrera hacia delante: seiscientos kilómetros más lejos, en algunos sitios. Estuvimos a dos dedos de ello. La Providencia intervino y nos evitó una catástrofe. El aceite que necesitábamos en tal momento, lo poseíamos ya. ¡Pero tuvo que surgir el idiota que nos suministró el aceite "para todas las temperaturas"!

-Incluso este año, el invierno no nos habría causado dificultades de no habernos sorprendido tan de repente. Sin embargo, es una suerte que haya venido de un modo súbito, pues de lo contrario hubiéramos avanzado aún doscientos o trescientos kilómetros. En este caso, la adaptación de la vía férrea a nuestro ancho habría sido imposible. Con temperaturas semejantes, nos vemos obligados a recurrir a la tracción animal. 

Normalmente se opina que el mayor triunfo militar de Hitler fue la derrota de Francia. Sin embargo, es reconocido por expertos el hecho de que Hitler pudiera mantener firme el frente del Este durante el invierno de 1941. Al parecer, eso solo lo consiguió él. Cuando finalizó el invierno, Hitler respiró aliviado: había pasado unos meses terribles.

¿Fue ese su mayor éxito militar?


29 de noviembre de 2010

Normandía

En "La Guerra de Hitler" David Irving nos dice que en el momento en que Hitler comenzó la reunión de guerra "la batalla de Francia estaba ya perdida". Según Rommel había que derrotar al enemigo en las mismas playas de desembarco, cosa que no ocurrió. La superioridad aérea enemiga era abrumadora.  Hitler había advertido desde febrero de 1944 que el Muro Atlántico debía construirse para asegurar la derrota de cualquier desembarco pero hacia la fecha de la invasión, solo estaba construido en un dieciocho por ciento. Irving achaca las deficiencias de la defensa alemana a la lentitud del servicio de información. Hitler mismo ordenó una investigación pero según Irving se ignoran sus resultados. 

Lo cierto es que cuando se produjo el ataque, Hitler pensaba que la invasión de Normandía solo era una distracción del enemigo. Irving, con buen criterio, apunta que "es fácil hacer criticas en la actualidad". También nos dice Irving que Hitler y sus generales "gozaban de excesiva confianza". Lo cierto es que, días más tarde, Hitler reconoció que su optimismo  había carecido de fundamento  y ordenó envíos de divisiones Panzer. Ya a finales de agosto Hitler declaró: "Si hubiese tenido las divisiones Panzer  nueve y diez en el Oeste, todo esto no habría ocurrido". 

Joachim Fest asegura que "Hitler, guiado una vez más por su característica intuición, manifestó que Normandía era una zona de desembarco no menos apropiada, pero se atuvo, posteriormente, a los juicios de los consejeros militares." En todo caso Hitler declaró que "si la invasión no es rechazada, la guerra estará perdida para nosotros."

En el interesante libro "Porque perdí la guerra" de Saint Paulien el autor pone en boca de Hitler los hechos: 

"Se dice que el desembarco de Normandía -Operación Overlord- triunfó tan sólo porque yo había dado órdenes incoherentes, como de costumbre. Todos los cronistas se complacen en repetirlo. Cierto que cometí errores, pero más cierto todavía que me los hicieron cometer. Examinemos algunos hechos. El jefe de la Abwer del XV Ejército alemán (apostado entre Calais y Dieppe), coronel Helmuth Meyer, había descifrado el primero de junio de 1944 un doble mensaje de la BBC. Iba dirigido a ciertas redes de la Resistencia francesa y precisaba la inminencia de la "Operación Overlord". El coronel Meyer comunicó la preciosa información a su jefe directo, el almirante Canaris y al comandante del XV Ejército, general Hans von Salmuth. Este tomó sus precauciones para aguardar a los invasores. Pero el almirante Canaris se guardó muy bien de prevenir al VII Ejército inmediato que se encontraba en Normandía y fue éste, como por casualidad, el que recibió el coche... No hay explicación al hecho de que el mariscal Rommel abandonara su cuartel general el 4 de Junio: tanto Keitel como Jodl y yo mismo, le creíamos todavía en La Roche-sur-Yon. Unos pretenden que estaba en camino para presentarme un informe que yo no le había pedido, y otros que quería detenerme y encerrarme en el castillo de La Roche-sur-Yon. El general Heinz Hellmich, jefe de las tropas que tenían que defender Cotentin, no estaban en su puesto, al igual que los generales W.Falley y Von Schlieben... Era perfectamente posible, sin embargo, echar al invasor al mar. A condición claro está, de que los dos grandes jefes dieran inmediatamente las órdenes necesarias. Pero uno estaba ausente y el otro dormía. "

Otra fuente de información la encontramos en las memorias del imprevisible Speer:

"Serían sobre las diez de la mañana del 6 de Junio cuando, encontrándome en el Berghof, uno de los asistentes militares de Hitler me informó de que a primeras horas de la mañana había comenzado la invasión.

- ¿Han despertado al Führer?

- No, recibirá la noticia cuando haya tomado su desayuno. 

Dado que Hitler había dicho una y otra vez a lo largo de los últimos días que era previsible que el enemigo iniciara la invasión con un falso ataque, destinado a alejar a nuestras tropas del verdadero lugar de desembarco, nadie quería despertarlo para no sera acusado de haber enjuiciado mal la situación.

Durante la reunión estratégica que tuvo lugar unas horas más tarde en la sala de estar del Berghof, Hitler parecía aún más seguro de que el enemigo sólo pretendía engañarlo:

- ¿Se acuerdan ustedes? Entre los muchos informes que hemos recibido, había uno que señalaba exactamente el punto, el día y la hora del desembarco, lo que refuerza mi idea de que no puede tratarse de la verdadera invasión.

Según Speer, Hitler se había vuelto muy desconfiado de las informaciones que recibía:

- ¿Cuántos de estos agentes "limpios" no están al servicio de los aliados? Nos dan noticias confusas a propósito. Y tampoco pienso dejar que esta llegue a París. No se lo diremos; lo único que conseguiríamos sería que el Estado Mayor se pusiera nervioso.

También según Speer, Hitler siguió creyendo que era un amago de invasión incluso semanas de producirse la invasión de Normandía, lo que contradice las opiniones de David Irving.

Ian Kershaw dice en la biografía de Hitler que éste era optimista cuando se produjo la invasión. Es más, según Kershaw el optimismo de Hitler no era injustificado. Dice que Hitler creía que la costa atlántica estaba mejor fortificada de lo que estaba en realidad.

En lo que coinciden casi todos los historiadores es en mencionar las nuevas armas V1 justo en el momento de la invasión de Normandia. Hitler había puesto muchas esperanzas en los cohetes voladores y en los cazas a reacción. Sin embargo la producción de estos aviones estaba empezando.

Según Irving, tanto Hitler como Göring habían estado esperando la invasión durante mucho tiempo y ese día estaban radiantes. Para Göring porque una victoria de su aviación en Normandía "restablecería definitivamente el mermado prestigio de la Lutwaffe".  

Durante esos días, el propio Führer sufría también los ataques aéreos:

"De día veía los destelleantes escuadrones de bombardeos norteamericanos volando a gran altura , en su camino desde Italia  a los objetivos del sur de Alemania. De noche, los ingleses volaban en dirección contraria , hacia Austria y Hungría. Las sirenas de Obersalzberg obligaban a cuantos se encontraban en Berghof a salir por la puerta trasera y dirigirse hacía las grandes puertas de acero que disimulaban la entrada a los túneles  que perforaban la montaña. El propio Hitler se resistía a descender  los sesenta y cinco peldaños antes de que las baterías antiaéreas comenzaran a disparar.  Solía quedarse junto a la entrada del túnel , para procurar que nadie saliera antes de que las sirenas dieran fin a la alarma. A menudo, reflejados en el cielo se veían los resplandores de los incendios en Múnich. El ama de llaves de Hitler le suplicó que trasladara el contenido del piso que el Führer tenía en Múnich a un lugar seguro. Pero Hitler siempre se negó: 'Frau Winter, tenemos que dar ejemplo.'