20 de junio de 2012

Los lectores de periódicos

Fragmento de Mein Kampf sobre los lectores de periódicos:

   Los lectores de periódicos pueden dividirse, tal vez, en tres grupos:

- Aquellos que creen todo lo que leen;
- Aquellos que no creen en nada;
- Aquellos que analizan críticamente lo que han leído

   Desde el punto de vista numérico, el primer grupo es, por un amplio margen, el más imponente. Comprende a la gran masa del pueblo, representa por lo tanto la parte espiritualmente más simple de la nación. Por tal motivo, éste no puede catalogarse según las profesiones sino según los grados de inteligencia. A él pertenecen todos aquellos que no piensan de manera independiente y creen en todo lo que ven impreso, tanto por necedad como por ignorancia. A éstos se pueden agregar los indolentes que sabrían pensar por sí mismos, pero que sin embargo prefieren digerir, perezosamente, lo que han pensado otros, con la excusa de que éstos ya han hecho el esfuerzo. La influencia de la prensa será, por tanto, enorme sobre este tipo de gente, que representa la gran mayoría. Estas personas no están en condiciones o no quieren analizar por si mismas las ofertas que se les hacen, de manera que su posición frente a todos los problemas diarios, está en función de influencias externas. Y esto también podría ser una ventaja, si la acción de esclarecimiento  fuera realizada por gente seria y amante de la verdad; pero es realmente una desgracia cuando esa acción la llevan a cabo mentirosos y sinvergüenzas. 

   El segundo grupo es mucho menos numeroso. Está compuesto en parte por elementos que pertenecían al primero, para después pasarse a éste como consecuencia de amargas desilusiones; ahora ya no creen en nada de lo que ven impreso. Odian los periódicos, o no los leen, o se indignan por su contenido, que en su opinión no pude ser más que una mezcla de mentiras y falsedades. Esta gente es bastante difícil de tratar, ya que su desconfianza les hace reaccionar incluso contra la verdad; deben considerarse incluso contra la verdad; deben considerarse perdidos para cualquier propaganda positiva.

   El tercer grupo es, por un amplio margen, el más exiguo; está constituido por cerebros delicados que por disposición y educación han aprendido a pensar por cuenta propia, saben hacer un juicio personal sobre todas las cosas y someten lo que leen a un examen escrupuloso y atento. Si leen los periódicos, realizan un profundo análisis y, los redactores no tienen una tarea fácil. A los periodistas, en efecto, les gusta este tipo de lectores, pero con cierta prudencia.

   Pero estos componentes del tercer grupo, las tonterías que un periódico es capaz de publicar, no tienen importancia. Ellos están acostumbrados a ver en cada periodista a un granuja que raramente dice la verdad. Desgraciadamente, la importancia de esta buena gente está en su inteligencia, no en su número -una verdadera desgracia en una época en la cual no cuenta la calidad, sino la cantidad. Hoy cuando la papeleta electoral de la masa decide todo, el peso decisivo descansa sobre el grupo más numeroso, es decir, el primero: el grupo de los ingenuos y de los crédulos.

14 de junio de 2012

Sobre los sindicatos

Tomo unos extractos de "Mi Lucha" para conocer la opinión de Hitler sobre los sindicatos:

- Ya a principios de siglo, el movimiento sindical había dejado de servir a sus objetivos iniciales. Año tras año fue cayendo cada vez más en el radio de acción de la política socialista, para ser solo utilizado como un ariete en la lucha de clases. Le correspondía por lo tanto la función de destruir, a fuerza de golpes, el cuerpo económico de la nación, para así poder demoler más fácilmente el edificio estatal, después de haber minado sus bases económicas. La defensa de los verdaderos intereses del proletariado no era ya la finalidad principal; hasta que por último la habilidad política estableció que tal vez no era deseable eliminar las plagas sociales y culturales de la masa, porque de esta manera se corría el peligro, una vez satisfechos sus deseos, de no poderlas utilizar más como una tropa de asalto ciega.

  Una perspectiva de este tipo infundía cierto temor a los líderes de la lucha de clases, que en realidad parecían rehusar cualquier reforma social oponiéndose  de la manera más decisiva.

  Me resultó difícil comprender los motivos de una posición tan absurda en apariencia.

  Cuando las exigencias de los obreros se hacían cada vez mayores, su posible realización parecía siempre más inadecuada e ineficaz, de modo que siempre se le podía decir a la masa que las escasas reformas tomadas en consideración, tendrían diabólicamente a reducir la fuerza combativa del proletariado hasta paralizarla. Y dada la poca inteligencia de las grandes masas, el éxito de esta táctica era indiscutible.

  Del lado burgués, estaban indignados por esta evidente mala fe de la táctica socialista, pero no sabían sacar la mínima consecuencia para corregir la propia conducta.

  Precisamente el miedo del socialismo de frente a cualquier levantamiento del proletariado de lo más profundo de su miseria cultural y social, habría debido llevar a los burgueses a hacer el máximo esfuerzo en esta dirección, para quitarle a los lideres de la lucha de clases su mejor instrumento. Pero esto no se hizo.

  En lugar de tomar por asalto la posición del enemigo, se prefirió obligarlo poco a poco a tener que defenderse para aferrarse después a subterfugios absolutamente insuficientes que, al aplicarlos demasiado tarde, no tenían efecto y eran inútiles. Todo quedaba como antes. Solo el malhumor crecía.

  Como una amenazadora nube tormentosa se levantaba ya sobre el horizonte el "sindicato libre". Este fue uno de los más terribles instrumentos de poder para la seguridad y la independencia de la economía nacional, para la fuerza del Estado y la libertad del individuo.

  Fue lo que redujo el concepto de democracia a una frase vacía y ridícula, burlándose vergonzosamente de la libertad y la fraternidad con la frase: "Si no quieres ser un 'compañero' te rompemos la cabeza".

  Y fue así como yo aprendí a conocer aquella amiga de la humanidad. Con el transcurso de los años mi conocimiento se hizo más profundo y más amplio, pero nunca tuve que cambiar sus bases.